Se planteaba un doble dilema: conseguir por un lado que todo el mundo pueda ver y disfrutar un hallazgo histórico, y por otro lado, proteger dicho hallazgo, que si se intenta mover posiblemente sufriría terribles daños.

El arquitecto Jacques Rougerie cree tener la solución a ambos problemas: el primer museo submarino del mundo. Una parte del museo estará en la costa; desde allí y mediante túneles de fibra de vidrio los visitantes accederan a la parte submarina, un edificio coronado por cuatro estructuras cuya forma recuerda a las velas de las felucas.
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